Nos encontramos innumerables veces conversando con personas dentro de una organización, que nos suelen preguntar: ¿en mi vida laboral o en mi vida personal? Haciendo una cortante diferenciación entre ambas, como si no fueran personas que trabajan, como si hubiera una real línea divisoria que los separa entre personas y trabajadores o empresarios.
Solemos creer que en nuestro trabajo, la racionalidad es el centro y nos cuesta conectar y sintonizar con las expresiones de nuestra alma, de nuestra creatividad, o de nuestros sentimientos más profundos. Jugamos un juego de imagen copiada, que hasta creemos que es el único modelo a seguir, a veces insatisfechos hasta el hartazgo, pero convencidos que es el rol que debemos cumplir cuando “estamos trabajando”.
La mayor queja que hemos observado entre los integrantes de una empresa, es que no se los tenga en cuenta como personas, como seres humanos, sin embargo ellos mismos son los primeros en trazar y marcar la diferencia. ..
¿Dejamos de ser personas cuando trabajamos? ¿Dejamos de sentir, de soñar, de ser?
Tener un propósito, saber quienes somos, donde vamos, nos ayuda a sintonizar, a dar un sentido a cualquier función que estemos cumpliendo en nuestra vida, a fusionar las contradicciones, que nos aquejan permanentemente en nuestro día a día, en una misma dirección.
Somos personas que trabajamos, que soñamos, que proyectamos, que elegimos….
Desde nuestra mirada, siempre es personal, ya que cada persona aporta su diferencia a este mundo, puede elegir que esa diferencia ilumine, o puede elegir interponerse ante la luz. Lo importante es la conciencia que tengamos respecto de esa elección.
Esta conciencia requiere de un espacio para la reflexión, donde podamos observar con perspectiva nuestro día a día, y entonces elegir ser personas que aportan su luz o ser personas que privan al mundo de esa luz que tienen para dar, el ámbito donde lo hagan, es solo un escenario.
¿Qué espacio le das a tu conciencia?